Gorka regenta uno de los garitos con más solera de San Sebastián, el Be Bop, que mira a los ojos al Kursaal desde la orilla contraria del Urumea. Allí donde el Cantábrico a veces exhibe su poderío. Pero este chico tiene alma de artista. Y esta semana la naturaleza le ha propuesto un brindis. Y él ha brindado. Dejó a los mellizos con los que recientemente ha adornado la familia a buen recaudo, cogió la cámara y se acercó al mar. Os aseguro que debéis ver lo que se encontró.
Donostia es una ciudad bella. Así, sin medias tintas. Bella en bruto, con sus aristas y matices. Casi icónica desde un punto de vista visual. Fue, es y continuará siendo esa ciudad de postal, cliché, naïf…Tan bonita que en ocasiones empalaga o se te atraganta de tanta perfección.
Como fotografo aficionado todo este compendio de dicha belleza acaba por cansar. Me atrevería a decir que hasta resulta molesta: las fotos se convierten en series de retratos de un mismo motivo en diferentes épocas del año, año tras año. Más postales vamos.
Pero en ocasiones, Donostia parece cansarse también de tanta perfección, de ser estampa solo de cara lavada y aparca sus colores iridiscentes y se engalana de gris bañada en verde, de viento salado, de lluvia sin rumbo y de un mar cantábrico indómito en constante y feroz lucha por ganarle el terreno, mientras el Paseo Nuevo languidece al igual que los cimientos trémulos del puente del Kursaal.
Es entonces cuando San Sebastián se defiende, se torna primitiva, salvaje y viva. Y le sienta bien. Se gusta y por eso me gusta. Posa para mí elegante y fiera a la vez. Como si de una traviesa niña bien se tratara, demuestra carácter por encima de esa imagen de Bella Easo. Es dura. Es impredecible. Y eso mola. Me pone. Y a mi cámara también.
Nota: Imágenes tomadas el 28 de enero de 2014
PD1: Sr. Parra, Nachete, gracias por esta invitación tan agradable. Es un verdadero placer ser un viajero (o morador) más. Nos vemos por aquí y por allá…
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